Su rostro
una ciruela tierna
recién tomada del árbol
Sus pies algodones
que apenas dejan huellas
Sus ojos completan
la inocencia que nos robaron
Teníamos tanto que aprender
Su boca hablaba
de otros tiempos
Cuando la roca guardaba
el rumor de los campos
y conocía el secreto
de los primeros habitantes
Cuando los insectos gobernaban
el paso silencioso del polen
atraído al calor del fuego eterno
Sus manos el alimento
sincero para no apagarse
Para todas las estaciones
conservaba siempre lo mejor
Así era su corazón
abierto como campana
a los fieles del pueblo
noble como la albahaca
que huele a tiernas aguas
firme como viejo roble
imposible de derribar
Buenos Aires, 8 de noviembre de 2006
miércoles, 14 de noviembre de 2007
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